LOS TRES GRANDES MIEDOS DE LÓPEZ OBRADOR
SIGUE EL TEMOR HACIA EL MINISTERIO PÚBLICO
Por Jesús Ruiz Gámez
Es cierto que el presidente López Obrador es un mentiroso contumaz. De hecho hay quienes le llevan la cuenta de las mentiras totales o “verdades a medias” que se avienta en cada una de sus conferencias mañaneras.
Pero también es un hecho que todos los presidentes han mentido o, si se quiere ver así, cuando menos han tratado de ocultar la verdad que les desfavorece mediante la manipulación de los datos y un enorme talento para la simulación.
Pero López Obrador es realmente un caso para estudio, pues, si bien puede ser el más mentiroso de todos los que se han sentado en la Silla del Águila, también quizás sea el más transparente en cuanto a sus planes y las acciones que realiza para conseguirlos.
Todo lo anterior viene a cuento para ubicar que, como parte de su ser transparente, López Obrador ha dejado también a la vista los grandes temores que lo han acompañado desde que logró la Presidencia de la República.
Son temores que contrastan con su proclividad a aplicar el peso de su poder a quienes considera con poderes inferiores, como ve a los empresarios, periodistas e instituciones del propio gobierno y la sociedad civil que en México no le rinden la obediencia ciega que exige.
Así, yo ubico al menos tres miedos muy evidentes en el presidente López Obrador:
1.- López Obrador le tiene pánico a los Estados Unidos.
Que yo recuerde no ha existido un Presidente más obsequioso, por decir lo menos, ante el gobierno del país vecino como lo ha sido López Obrador, quien prácticamente ha tomado como mandatos los deseos de su homólogo Donald Trump.
Tan dado a fustigar a quienes en México no se “cuadran” ante sus designios, por lo contrario López Obrador suele arrodillarse política y diplomáticamente cuando alguna situación le exige tomar posición sobre declaraciones o acciones del gobierno estadounidense.
López Obrador es pues muy transparente en cuanto al terror que le inspira la sola posibilidad de caer en contradicción con el gobierno gringo y, en especial, con un presidente como Donald Trump que, curiosamente, se le parece mucho en actitudes pero que obviamente le supera mucho en poder.
2.-López Obrador tiene mucho “respeto” a los barones de la droga mexicanos.
Igual, que yo recuerde no ha existido presidente mexicano que exprese tanto “respeto” por las organizaciones del narcotráfico como trasluce López Obrador, en una actitud que se ve más como un sentimiento de terror ante la posibilidad de tenerlos como enemigos y que sus contrarios políticos le señalan como complicidad.
Yo la verdad creo que se trata de lo primero: del temor de López Obrador ante el poder de los narcos que, si se le juntaran en contra, podrían poner en riesgo de nocaut a su gobierno, que ya luce contra las cuerdas en materia de inseguridad.
El problema para López Obrador es que la obsecuencia que muestra ante los barones del narco (su caminar hasta el carro de la mamá de El Chapo Guzmán para saludarla y ponerse a sus órdenes; su disculpa por llamar “Chapo” al señor Guzmán Loera, son sólo dos ejemplos de esa docilidad) pareciera que en realidad se trata de que sigue la vieja conseja de “si no puedes contra ellos, úneteles”.
Es decir que el temor se trasluce como aparente acuerdo.
3.- López Obrador ve al Ejército como la única amenaza interna real contra su gobierno.
El Presidente fue uno de los líderes con formación pro comunista asimilados al PRI en la década de los años 70, principalmente bajo el gobierno de Luis Echeverría, y por lo tanto en sus entrañas lleva la paranoia del golpismo militar que dio al traste con los gobiernos pro socialistas surgidos por entonces en América Latina.
Esa paranoia se hace presente en las constantes referencias de López Obrador a supuestos intentos golpistas en contra de su gobierno, aunque siempre ha omitido referir que la única fuerza capaz de un golpe de estado está en los militares.
La formación ideológica de López Obrador conlleva el odio casi consustancial de la izquierda hacia el Ejército Mexicano, producto de la represión que, mediante las fuerzas armadas, se ha hecho sobre sus movimientos y el aniquilamiento de las organizaciones guerrilleras.
Pero López Obrador llegó al poder por la vía democrática y por tanto es, en automático, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, con las que está no solamente obligado a convivir, sino a trabajar por la delicada situación de inseguridad que vive el país.
López Obrador pudo continuar con la “sana distancia” pactada originalmente entre el sistema priista y el Ejército, por la cual los políticos no metían sus narices en los manejos e intereses militares mientras la milicia se abstenía de participar en política.
Pero como esa “sana distancia” no alejaba de sus fantasías el riesgo de un golpe militar, sabedor del recíproco resquemor que los militares sienten sobre la izquierda, López Obrador optó por la estrategia de hacer socios a los militares mientras poco a poco va minando la esencia de las fuerzas armadas.
López Obrador ha dado a los militares mexicanos el acceso a los grandes presupuestos, enormes riquezas que antes estaban reservadas para las camarillas políticas del presidente en turno y para los empresarios afines.
Al mismo tiempo de tener a las fuerzas armadas contando las carretadas de dinero que significan los grandes contratos públicos, tiene convertida a la milicia en policía y vigilante aduanal y portuario; en constructora de bancos, aeropuertos y vías ferroviarias; en repartidora de libros escolares, hidrocarburos y medicamentos.
Se trata de ocupaciones que poco a poco van desnaturalizando la esencia de las fuerzas armadas, cuyos mandos tendrán que reclutar y uniformar cada vez más civiles para hacerse cargo de esas nuevas obligaciones, al tiempo que sus jerarcas se transforman en una nueva burocracia privilegiada.
Así pues, aunque parezca paradójico, ese temor de López Obrador ante el Ejército Mexicano lo ha llevado a ser el presidente más militarista desde que la Presidencia es ocupada por civiles en México.
Y es un militarismo que, doctrinariamente, detesta la izquierda mexicana, misma que hipócritamente voltea la cara mientras disfruta de los placeres que da ser y estar en el gobierno.
SIGUE EL TEMOR HACIA EL MINISTERIO PÚBLICO
Y hablando de temores, muy lamentable que en Sonora los ciudadanos sigamos con ese sentimiento al acercarnos a los ministerios públicos en busca de justicia.
Hace unos días me tocó escuchar en radio el reporte sobre la denuncia que hizo una madre de familia por la desaparición de su hija de 13 años en una populosa colonia de Hermosillo.
El detalle es que, para el momento de la denuncia, ya habían pasado 10 días desde que la niña fue subida a la fuerza a un automóvil, aparentemente por otra mujer adulta que desde hace días la frecuentaba.
Cuando el reportero le preguntó a la madre por qué había esperado tanto para acudir ante el ministerio público, respondió –lo refiero con mis propias palabras– que le daba miedo ante la posibilidad de complicidades que pudieran afectar aún más a su familia.
La mujer, pues, externó ese sentimiento de temor y desconfianza que no se ha podido eliminar, suponiendo que los sucesivos gobiernos hayan hecho todo lo posible para que esa percepción no esté justificada.
Ni modo, esa es la realidad.