La Casa Blanca advirtió que los Estados Unidos podría imponer una tarifa del 20 por ciento a las importaciones mexicanas.
Esta amenaza absurda, que se mandó como propuesta para cubrir el costo del muro fronterizo, fue comunicada a solo horas de que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto cancelara su visita a los Estados Unidos.
La visita tenía por objetivo mejorar la relación entre ambos países, una relación profundamente dañada por Trump, luego de usar a los mexicanos como chivo expiatorio durante su campaña.
Pero Peña Nieto decidió que ya había escuchado demasiado luego de que Trump expidió órdenes ejecutivas el miércoles de comenzar a juntar imigrantes ilegales y construir su muro fronterizo.
El berrinche de la tarifa fue la más reciente de una lluvia de mentiras, ideas de políticas peligrosas y amenazas de la Casa Blanca desde que Trump fue inaugurado el viernes pasado.
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Han subrayado la impulsividad y aparente ignorancia del nuevo residente de la Oficina Oval en cuanto a las relaciones económicas y de seguridad que sirven los intereses estadunidenses. Sus consejeros parecen poco dispuestos a controlar sus impulsos, o, como es el caso de la tarifa, desafortunados en su lucha por calmarlos.
Es difícil saber si la animosidad que Trump ha mostrado hacia los inmigrantes, en particular los mexicanos, es sincera, o si simplemente se dio cuenta de lo poderoso que podría ser para atraer a los votantes insatisfechos (desilusionados) de una recuperación económica desequilibrada y los cambios demográficos de su país.
Pero el permitir que esta idea dirija las políticas externas y comerciales hacia México podría traer repercusiones desastrosas para trabajadores y consumidores de ambos países, dadas las relaciones tan estrechas que ambas economías tienen desde que entró en efecto el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, en 1994.
El TLCAN eliminó la mayoría de las tarifas y otras barreras comerciales entre Canadá, México y Estados Unidos, creando un mercado del tamaño de un continente.
El acuerdo dio lugar a cadenas de producción para autos, aviones, y otros bienes a lo largo de ambas fronteras, creando millones de empleos. El trabajo que tradicionalmente requiere de mano de obra barata se hace en México, donde los salarios son menores, mientras que el diseño, ingeniería y manufactura avanzada se hacen en Canadá o Estados Unidos.
El imponer una tarifa sobre México significaría salirse del TLCAN, algo que podría interrumpir severamente el flujo de partes y bienes a través de Norteamérica y llegar a detener la producción en fábricas de Estados Unidos y Canadá.
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También podría ocasionar escasez de frutas y verduras frescas en supermercados estadunidenses y subir el costo de muchos otros bienes de consumo que provienen de México.
La economía mexicana, que depende enormemente del comercio estadunidense, sería devastada. Pero los dueños de negocios y empleados estadounidenses también sufrirían inmediatamente las repercusiones.
México podría contraatacar imponiendo sus propias tarifas. Y no importa de qué manera el Congreso intente estructurar la tarifa, que necesitaría legislación, de cualquier forma probablemente violaría las regulaciones de la Organización Mundial del Comercio.
Trump ha intentado utilizar el déficit comercial de Estados Unidos con México como una manera de mostrar que los Estados Unidos está siendo estafado.
El comercio con México -las importaciones a los Estados Unidos llegaron a $296 mil millones de dólares en 2015- le beneficia a Estados Unidos al reducir los costos y aumentar la disponibilidad de bienes como aguacates y mangos en el invierno.
Mientras que el déficit comercial con México ha resultado en pérdidas de empleos en algunas industrias (posiblemente unos 700 mil empleos en los primeros 16 años), un estudio del 2014 estima que 1.9 millones de empleos estadunidenses dependen de las exportaciones a México.
El comercio, que aumenta salarios y la calidad de vida en México, es uno de los principales motivos por los cuales la imigración ilegal desde México ha disminuido continuamente a través de los años.
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Mandar a la economía mexicana de picada es la forma más segura de poner en reversa esa tendencia, la cual históricamente ha sido impulsada por fuerzas del mercado, y ni los muros ni las vallas han servido de impedimento.
Además, un impuesto sobre las importaciones mexicanas sería pagado por consumidores y negocios estadunidenses que compran esos bienes. Los estadunidenses pagarían por el muro, no los mexicanos.