VÍCTIMA DE LOS ABRAZOS Y DE LOS BALAZOS
UN RECUERDO EN HONOR DE MURRIETA
Por Jesús Ruiz Gámez
Abel Murrieta Gutiérrez fue un hombre al que, sin ser mi amigo, le tuve en gran afecto, producto en mucho de mi respeto hacia la determinación y valentía con que se expresaba y cumplía su trabajo.
Escribo lo anterior para tratar de hacerles ver que mi tristeza, coraje e impotencia por su asesinato ayer en Ciudad Obregón, va más allá de lamentar la muerte de una figura pública de su talla y tan apreciada como se pudo constatar ayer mismo en las redes sociales.
Abel murió en su papel de candidato a la presidencia municipal de su querido Cajeme, pero antes fue hombre de dimensión estatal por sus servicios como diputado local y federal, pero sobre todo como procurador de justicia en los gobiernos de Eduardo Bours y Guillermo Padrés.
Pasmado aún por el horrendo crimen, apenas unas horas después me pregunto si la muerte de Abel significa que ya tocamos fondo en Sonora o si, por el contrario, es apenas el inicio de una etapa peor en esta infernal inseguridad que se ha enseñoreado en vastas regiones de la entidad.
Si con el sacrificio de Abel tocamos fondo, significará que nuestras autoridades se vieron en el espejo y por fin decidieron dejar la complacencia e iniciarán el rescate del estado de las manos criminales.
Si, por lo contrario, esto es el principio de lo peor, pensemos entonces: ¿cuál deberá ser nuestro papel como ciudadanos abandonados a su suerte por sus gobiernos?
Lo peor que puede pasar, quizás, es que la muerte de Abel no tenga algún significado o consecuencia y que, después de muchos discursos y huecas intenciones, sólo se le sume como uno más en la estadística de la tragedia mexicana y a la historia de impunidad que entierra en el olvido los crímenes más atroces.
Duele pensar que cualquiera de esos tres posibles destinos necesariamente estarán marcados por más baños de sangre: si tocamos fondo, la batalla para recuperar el estado será cruenta por tanto que se dejó crecer al mundo criminal; si estamos ante el inicio de lo peor, dispongámonos a más grandes horrores; y si nada pasa, simplemente esperemos a que la muerte se asome a nuestras familias.
VÍCTIMA DE LOS ABRAZOS Y DE LOS BALAZOS
Desde luego que el asesinato de Abel exige que toda la clase política sonorense, hoy en campaña, haga un alto en el camino y deje a un lado su interés particular por el poder, para unirse en un interés común necesarísimo para emprender el rescate de la tragedia que está viviendo la entidad.
De entrada, no solamente debe darse la condena pública y unánime al asesinato, sino también contra cualquier intento de lucrar políticamente con el artero crimen, como ya se vio desde ayer con mensajes de políticos y periodísticos, propios de verdaderos buitres.
A todos nos queda claro que este homicidio tendrá consecuencias políticas, particularmente en toda la región sur del estado, pero si centramos la conversación pública en ello estaremos sólo abonando a la impunidad.
Todos los candidatos y todos los sectores deberán pronunciarse y hacer visible, tangible, la condena al contexto de creciente inseguridad que, desde hace años, ha creado las condiciones para crímenes tan horrendos como la masacre a la familia LeBaron, sólo por citar un ejemplo.
Por supuesto, los sonorenses esperarán de la gobernadora Claudia Pavlovich una posición mucho más firme, incluso radical, que vaya más allá de las declaraciones dentro y en torno a la llamada “Mesa de Seguridad”, donde ciertamente convergen representantes de los tres sectores de gobierno, pero también los más variados intereses.
A todos, a la Gobernadora, a los que quieren sucederla y a todos los sonorenses, debe quedarnos en claro que Abel, y todos los demás muertos en hechos violentos, son víctimas de los balazos, pero también y en primer lugar lo son de la fallida, cobarde y demagógica política sexenal de responder con abrazos a la criminalidad.
Pero es la Gobernadora la que nos representa a todos y a quien corresponde decir a todo México y en especial a “ya saben quién”, que en Sonora ya no hay lugar para la política de cómplice complacencia.
UN RECUERDO EN HONOR DE MURRIETA
Como siempre, no faltarán las ruines versiones de que tras la muerte de Abel pudiera haber episodios oscuros en su actuar profesional, pero en defensa de su honor les platico un pasaje que, para mí, lo pinta de cuerpo entero.
En las postrimerías del año 2009, cuando el gobernador Guillermo Padrés Elías llevaba apenas unas semanas o acaso unos meses en el cargo, nos invitó a un grupo de periodistas a su oficina en el Palacio de Gobierno.
Padrés fue muy claro sobre el motivo de la reunión y era informarnos la razón para mantener a Abel Murrieta al frente de la Procuraduría de Justicia del Estado, una decisión que le había valido la crítica de sus correligionarios del PAN y de una parte de la sociedad, por el aún reciente y funesto suceso en la Guardería ABC.
El entonces Gobernador nos expuso que, si bien era una aceptada costumbre el cambio en la Procuraduría al iniciar el sexenio, él estaba consciente del peligro que corría Sonora ante la creciente presencia en el estado de bandas del crimen organizado.
Padrés nos confió a los periodistas presentes que la situación del Estado no estaba para exponerla a decisiones meramente políticas, por lo que atendió las recomendaciones de la Procuraduría General de la República y de algunas agencias norteamericanas, para que dejara a Abel Murrieta como Procurador.
Desde la PGR, nos dijo Padrés, le aseguraron que Murrieta había aprobado todos los exámenes de control y confianza, mientras que los norteamericanos avalaron que no había caído en componendas con bandas criminales y por tanto lo más conveniente, para su gobierno y para el Estado, era ratificarlo en el cargo.
El propio gobernador Padrés aclaró a los presentes que su exposición no era para hacerla pública, sino solamente para que, como periodistas y comunicadores, entendiéramos el por qué se sostenía en su decisión, a pesar de las críticas que le acarreaba sostener a Abel en el cargo.
Hasta allí este pasaje que, como escribí antes, da testimonio de la manera en que Abel Murrieta se ganó la confianza de dos gobernadores.
PD: Por respeto al luto por la muerte de Abel Murrieta, dejo pendientes los comentarios sobre el entorno político-electoral que ya tenía listos para esta columna, mismos que retomaré para el próximo lunes, así como también no publicaré hoy la frase con que he estado concluyendo estas publicaciones.